lunes, 31 de diciembre de 2012

El año de la alfalfa

Esta noche el año debería acabarse. De no ser así, me quedaré varado en un sueño circular, en el que despierto desnudo en una mañana soleada (la primera de todas), tumbado en una cama comodísima, sin el menor ruido y contemplando un rostro que a la vez es un rastro. 

Se ha completado un ciclo. Hemos dado la vuelta y tengo la oportunidad de retomar el camino. He pasado los últimos 365 días soñando, abochornado, molesto, confundido, pero muy consciente. Casi temiendo despertar. Convencido de que este año fue como una burbuja espacio-temporal, quizá moral, quizá metafísica, un mensaje del cosmos parecido a una luz o un calor distintivo. 

He sido y soy un tipo con suerte, pero poco agradecido con las circunstancias. ¿Habrá llegado el momento de reivindicarme, ahora que todo tiene un sentido y un aprendizaje?

jueves, 6 de diciembre de 2012

Achárlame un sol


Este es tu púgil derrotado,
el que oculta su rostro hinchado
para perderse en una calle de cantinas.
El que repite una y otra vez y sin cansarse:
el sudor tiene cuerpo de cerveza
tiene cuerpo de cerveza
tiene cuerpo de cerveza...
El que patea una cucaracha hasta desmayarla
e imagina (excitado y friolento)
los gemidos melódicos de una cantante.
El que remoja su sombra
(o intenta remojarla)
en un charco de orines de colores.
Mientras la chica rica del barrio
y el reformado por su belleza
comen pollo broaster cogidos de la mano.
El que escribe hasta desgastarse
optando por una postura física
moral
mental
existencial
matemática
y pelea por esparcir su hedor
con el perro tuerto de un cachinero.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Almohada de plumas de pavo sintético

Si tuviera que desquitarme con alguien, sería con todos. Cuando uno grita y no escucha, simplemente grita y no escucha. Eso no es nada nuevo. ¿Pero existe acaso algo nuevo en el mundo? Ni siquiera el presente, mucho menos el futuro. Todo es repetición o espejismo. Incluso la verdad, que no pasa de ser un consenso. Y no estoy descubriendo la pólvora. A eso me refería.

Si pudiera caminar en un nylon finísimo, lo haría entre dos pescuezos rígidos o dos postes de tendedero, no más. Y no exigiría alas a nadie.

Así somos felices los infelices.

Así pasamos el rato los apurados.

Cargo mi celular. Cargo mis vicios envasados y organizados como pocas cosas en la vida, que acaba tarde o temprano. Y aunque alguien diría es bueno tener reservas, yo les aseguro: no hay que reservarse nada.

Todo guarda siempre una ironía. Todo tiene una manera graciosa de contradecirse (o reafirmarse). Y así podría definir la eternidad, entendida como insignificancia o desmedro, como algoritmo salvaje que espera (que corre) sin números ni silogismos, pero de un modo suavemente lúgubre y expirado.


jueves, 16 de febrero de 2012

Medianoche de calores y poros abiertos (muy abiertos)


No me trates como si fuera tu fan. Soy tu chico y lo único que necesito es un te extraño de vez en cuando. Digamos que una de cada tres veces que escuches una canción cursi (pero buena) en tu celular, adivinando que soy yo aunque mi número esté oculto, porque sabes perfectamente (sé que lo sabes aunque te hagas la tercia) lo que soy capaz de hacer por ti.


Si, por ejemplo, me dijeras te quiero una de cada seis veces que te mire como imbécil y te diga lo bella que eres, aún sabiendo que te paltearás y que como una desadaptada me golpearás el pecho o me morderás el brazo, la clavícula o una tetilla, entonces sería sumamente feliz.

Que quede claro que hasta ahora he sido muy feliz. Más de lo que a veces soy capaz de gozar y percibir. ¿Pero no crees que sería bueno multiplicar ese sentimiento, como he multiplicado mis encuentros contigo, de una a tres o hasta cuatro veces a la semana? Porque es cierto que no soy de los que están ahí todo el tiempo, ni siquiera conmigo mismo. 

No me trates como si fuera tu fan ya te lo he dicho. Puedo ser un buen enamorado, pero jamás un buen pretendiente. Por suerte no tuve que serlo contigo y hasta ahora te lo agradezco.Y agradezco también todo este tiempo a tu lado. Todo este tiempo debajo de ti y algunas veces encima. Todo este tiempo de mordiscos en los labios, moretones en el pecho y terribles ansiedades por tu ausencia.

Y ahora que menciono la palabra ausencia, debo admitir que ese es tu principal defecto. No las espinillas invisibles (pero perceptibles) de tu nariz, ni tus costillas sobresalientes, ni tus pechos pequeños (que la verdad son bellos y tiernos como pocas cosas en este mundo), ni los vellos casi transparentes de tus piernas, ni tus pestañas postizas, graciosas y francamente innecesarias.

No preciosa, tu principal defecto (o atributo, que en ti viene siendo lo mismo) es la ausencia. Ese no existir entre beso y beso y que quizá contenga el más sincero amor. Ese vacío de antimateria que sólo llenan tus ojos de paloma hambrienta, negros como una tragedia pero brillantes como un incendio o el cielo más descarnado de un mediodía en febrero.¿Qué bonito sonó eso, no? Qué bonito suenan los días cuando te sientas en mis muslos hasta adormecerlos.

Creo que ya es tarde. Medianoche de calores y poros abiertos. Me viene el recuerdo de cuando te conocí, de casualidad como todo lo bueno en la vida. Recuerdo los pormenores y la gran contradicción entre desgracia y ¡oh, qué bonita chica! Tu cara de interesada e indiferente, como hasta hoy. Tu presencia y tu ausencia entre cientos de chismosos que esperaban ver un cuerpo carbonizado, sin saber que el que se quemaba por dentro era yo, mientras tú me calentabas desde lejos. 

Te lo dije aquella vez (mentalmente porque no pude hacerlo con palabras): no me trates como si fuera tu fan, no me dejes como si fuera tu ex y no seas mi flaca porque te vas a arrepentir el resto de tu vida. Que bueno saber que ya van dos años de arrepentimientos. 








miércoles, 23 de noviembre de 2011

Estrofas estratofónicas


1.
Todos arrastramos una sombra. No importa el nombre ni el brillo en los dientes de quien avanza por la ciudad jalándola de los pelos (o la cresta, o la cola). No importa si se detiene para mirar atrás, aunque sólo sea para sentirse perseguido. No importa nada en realidad. Todos llevamos un poco de oscuridad atornillada a los ojos. Todos nos movemos sin piedad alguna por las arterias de la existencia (me siento muy comprometido con ciertos conceptos), armando cometas con papeles de nada, volando en las cáscaras de una verdura realmente asquerosa, dando un paso tras otro como si fuera necesario.

2.
Quisiera decir que todos tenemos las mismas malas costumbres. Orinar descalzo, por ejemplo, desconfigurar celulares o cualquier otra cosa que reciba mensajes de texto (cada vez menos útiles), pero no puede ser cierto, y yo siempre trato de decir cosas ciertas o al menos certeras, a pesar de mi evidente incongruencia y las ganas que me caracterizan de seguir adelante en empresas inútiles, absurdas y estúpidas. Quisiera parecer menos frívolo y más trascendental, pero nada de lo que habita este mundo se caracteriza por eso. Creo que nada es indicio de algo. Creo que algo es indicio de todo. Creo que todo es indicio de aquello que no podemos ver.

3.
Soy un maldito pájaro de metal extraviado en cielos metafísicos, un niño engreído que corre desnudo en los supermercados, tumbando botellas de champú y volteando los carritos de las señoras. A veces aúllo o mordisqueo las patas de las mesas, las sillas, los trípodes de las cámaras que lo registran todo y lo eternizan, incluso el color ocre de unas pocas miradas bajo la lluvia. A veces disparo mis puños como Astroboy, le apunto a las cabezas calvas de los señores y me río mientras los puños regresan y se ensamblan a mis muñecas, después vuelvo a disparar pero manos abiertas, y entonces son lapos los que reparto a los chibolos que se escupen, se patean y se humillan entre ellos sin dejar de ser amistosos. A veces no disparo puños, sino balas o fuego, como Cobra, y entonces extraño tu humedad en mis dedos y esa voz extasiada que me lame los oídos. A veces simplemente no disparo nada, pero quisiera dispararme un misil. 




domingo, 16 de octubre de 2011

Los rectángulos imposibles


Pensaba en ciertas cosas que leí por ahí, cosas que también pensé antes de leerlas y que ahora percibo con cierto disgusto. Todo tiene un sentido, aunque a veces este conduzca irremediablemente al vacío. Debería ordenar mis ideas antes de atreverme a exponerlas, pero prefiero una metáfora, una hermosa metáfora que lo resuma todo en dos o tres palabras. Las palabras a veces me aburren. La humanidad se aburre de todo y por eso evoluciona, engorda y muere despedazada por su propia ferocidad. 

Hay un tren que recorre la realidad transportando los malos recuerdos. Tal vez hoy no debí despertar.

Quisiera que un bosque me trague. Que uno de los tantos árboles parecidos a mí empezara a caminar ensartando en sus ramas desnudas las ropas de todas las mujeres hermosas del mundo, que la desnudez femenina fuera una obligación para evitar inconvenientes, que los inconvenientes no fueran obligación y que ahora no me importe nada, sólo sonreír como un subnormal con un plátano en la mano, sentado sobre un ladrillo o una silla de plástico, en un mundo inestable y hermoso como una burbuja de mercurio.

viernes, 10 de junio de 2011

Manifiesto neo absurdista heterodoxo con destellos de postmodernidad


Por una vez en mi vida quiero (me gustaría) decir algo constructivo y no tener que perder el tiempo disfrazado de sicalíptico pájaro o torpe individuo que trepa por las paredes del vecindario asustando a las escolares que acaban de descubrir la belleza de un pubis bien depilado. Por una sola vez, quisiera entender el drama de los cuadernos cuadriculados, la ingenua credulidad que lleva a las palomas a morir estrelladas contra su propio reflejo y el conflicto existencial de los mandriles que luego de aparearse devoran las cabezas de los machos más débiles, buscando así recargar sus bolas con un bufet de sinapsis.

Por una vez en mi vida, quiero volar hacia algo concreto, real como los gatos que huyen de la mañana y de los perros famélicos, camuflados en el tráfico y la facilidad con que pasa el tiempo, una sábana blanca o las huellas de un homicida que vuelve a la escena del crimen. Porque ellos siempre vuelven con su bolsa de pan, si son sicarios, o un libro de Bukowski o Alex Marx –¿No conocen a Alex Marx? –, si son poetas. Y sobre los poetas debo decir que dejaron de existir hace mucho tiempo, con la maldita costumbre de glorificar las diásporas, de prevenir los cánceres que curan la violencia, pero no la furia ni las otras venéreas que habitan los bares de mujerzuelas ebrias, chicles masticados hasta el hartazgo y una rata blanca paseándose entre las cervezas.

Por una vez en mi vida quiero poder volar y cazar al pájaro que, diariamente y envuelto en llamas, ultraja a las gallinas de mi corral.